Y es que realmente a través de los años con el crecimiento industrial y tecnológico, nuestra cultura trabajadora ha sido bombardeada de conceptos que nos invitan a vivir sin detenernos, de una forma veloz, sin observar lo que ocurre a nuestro alrededor, considerando la lentitud propia de perdedores y del fracaso, todo ha sido diseñado en función de las 24 horas del día y de los 365 días del año, sin descanso o detenimiento alguno de actividades. Todo esto en busca de obtener “en cantidad” mayor productividad. Este estilo de vida ha traído como consecuencia, la proliferación de múltiples enfermedades en la población trabajadora como obesidad, estrés, ansiedad, enfermedades cardíacas y metabólicas, trastornos músculo-esqueléticos, entre otras, generadas en parte y en algunas ocasiones, de la propia angustia vivida por aquellas personas que ven que no cuentan con el tiempo suficiente para cumplir con todas sus obligaciones diarias. Las personas se han acostumbrado a dejar de vivir y posponer momentos gratificantes y llenos de alegría para un futuro que a la final nunca alcanzan, pues el momento y el tiempo actual nunca es suficiente.
La actitud lenta aplicada al trabajo ha sido mal entendida, y relacionada a menor productividad, sin embargo puede significar todo lo contrario, un trabajo de mayor calidad desarrollado en un ambiente más flexible y estimulante, que puede traducirse en mayor eficacia y rendimiento de sus trabajadores; además de una excelente salud física y mental.
Ahora, ¿es realmente necesario vivir tan apresurados?
Mislay Pacheco
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